|
Entrevista a Jose Luis Inciarte: Diciembre de 1997 |
-¿Por qué regresó
veinticinco años después al lugar de la tragedia?
-No fue la primera vez que volví. Ya lo había hecho dos años antes con
otros amigos con los cuales vivimos la experiencia de los Andes. Pero esta
vez fue diferente porque me acompañaron mi esposa y mis tres hijos. Ellos
permanecieron en San Fernando (ubicado a 180 kilómetros al sur de
Santiago), el pueblo donde fueron atendidos en primera instancia, en
diciembre de 1972, Fernando Parrado y Roberto Canessa cuando los rescató
el arriero.
-¿Qué sintió cuando se enfrentó al paisaje del que
hace 25 años quería huir desesperadamente?
-Una impresión muy grande y una emoción extraordinaria. Aclaro que
no por lo que yo viví en 1972, sino porque comprobé lo que mis dos amigos,
Roberto Canessa y Fernando Parrado, a quienes les debo la vida, hicieron
cuando resolvieron salir a caminar por la nieve para buscar ayuda. Lo que
lograron ellos nadie, absolutamente, lo puede hacer. Los andinistas que
nos acompañaron nos comentaban que ni los guanacos, que son animales que
pueden soportar los rigores del clima de la zona, lograron caminar en la
nieve y transitar por las montañas como lo hicieron Canessa y Parrado.
-¿Qué momentos dramaticos le quedaron grabados en la
memoria respecto al accidente en los andes?
-Nunca me olvidaré de la frase que me dijo Canessa cuando estábamos
en el avión y nos enteramos a través de la pequeña radio a transistor que
teníamos que los equipos de rescate abandonaban la búsqueda: "O nos
morimos mirándonos las caras o nos morimos caminando". Ellos tuvieron el
coraje de caminar sin rumbo cierto y nos salvaron la vida a las 14
personas que nos
quedamos en el fuselaje del avión.
Yo en los Andes me había puesto como fecha límite el 25 de diciembre y si
no, me moría. Y realmente me moría, porque había perdido 45 kilos y no
tenía más fuerzas para sobrevivir.
-¿Cómo vivieron su esposa y sus hijos este viaje?
-Fue muy emocionante para todos. Mi esposa, de una manera muy
especial, ya que éramos novios cuando sucedió el accidente. Comenzamos a
noviar a los 19 años y ella me fue a buscar a Santiago cuando nos
rescataron. De manera que ella también es parte de la historia. Mis hijos
vivieron una aventura humana inolvidable. No sólo vivieron el contexto
geográfico de la historia - tantas veces les conté desde que eran niños-,
sino que además afianzaron los lazos de amistad que ya existían con los
hijos de los otros sobrevivientes que también viajaron. Asimismo quedaron,
mejor dicho quedamos (e incluyo a mi esposa), muy impactados por el
respeto y la admiración que aún hoy genera la historia de los Andes en San
Fernando.
-¿Cómo vivio usted este viaje?
-Nunca en mi vida recibí un homenaje tan cálido como el que nos hicieron
los habitantes de allí. Estaba prácticamente todo el pueblo y tuvimos la
enorme felicidad de participar en una misa celebrada por el padre Andrés
Rojas, un sacerdote jesuita, que nos recibió en diciembre de 1972 cuando
nos rescataron de la cordillera. Rojas entonces estaba recién ordenado y
fue él quien ofició la misa en la inolvidable Navidad de 1972. También
estaban los médicos que nos atendieron en San Fernando hace 25 años.
Lloramos mucho.
-Usted dijo que sus hijos le dieron la semana pasada
en Chile un marco geográfico a la historia que tantas veces les había
contado. ¿Cómo les narraba lo vivido en la cordillera?
-Desde que eran muy chicos les fui contando la historia como quien
cuenta un cuento. Cuando eran bien pequeños, además del relato,
gesticulaba. Les mostraba con las manos cómo caía el avión. Luego, cuando
fueron creciendo, ellos mismos me pedían más detalles. "No me cuentes las
cosas tan rápido -me decían-; queremos saber más detalles." A veces
también eran sus amigos los que querían conocer la historia que habían
escuchado en sus casas o en la escuela.
-¿Es usted un hombre religioso?
-Soy una persona de profunda fe cristiana, pero no la practico en
el templo, sino en la calle, en la vida cotidiana. No voy a la iglesia a
golpearme el pecho; mi apuesta total es a la vida y a ella me entrego.
-Para usted, ¿la experiencia de los Andes fue un
milagro?
-Quizá para mucha gente fue una lotería, para mí fue un milagro.
Fue un milagro salvarnos luego de haber chocado contra una montaña en un
avión que viajaba a más de 400 kilómetros por hora. Fue un milagro
sobrevivir al alud que sepultó el fuselaje del avión mientras dormíamos.
Fue un milagro que Canessa y Parrado, desnutridos, pudieran caminar
durante siete días por la nieve, escalar montañas de más de 6000 metros de
altura, sin contar con ropa de abrigo. Fue un milagro que Parrado luego
encontrara con la fuerza aérea de Chile el lugar exacto donde había
quedado el avión con nosotros adentro. No sé si fue un milagro formar la
familia que hoy tengo, pero sí sé que es un regalo de la vida.
-¿Cómo se ve el "Milagro de los Andes" un cuarto de
siglo después?
-Como una experiencia de amor, solidaridad y entrega única. Allí
los amigos que no volvieron dieron lo más que puede dar un ser humano, lo
que hizo Cristo: dar la vida por el otro. Estoy en deuda con todos ellos,
honran la especie humana. |
|