-Vamos a conversar,
pero no de las peripecias de la cordillera, no de lo que pasó AFUERA sino de lo que pasó ADENTRO tuyo, del que eras antes, del que sos
ahora, de lo que quedó tal cual, de lo que se modificó en tu relación con el mundo, en
tu trato con la vida. ¿Puede ser?
-Ya. Puede ser.
-Por empezar, algo muy vago: ¿cómo estás, cómo te
encontrás?
- Todavía no estoy, todavía no me encuentro.
-¿Cómo es eso?
-Ocurre que todavía estoy flotando, no he podido hacer pie, no he vuelto a
mi vida de antes. Los reportajes, el viaje a Montevideo, el recibimiento,
el encuentro con los familiares, cada encuentro con cada amigo es un nuevo
sacudón. Me está costando bastante volver a mis
cosas, siempre hay algo que viene y me acude, un abrazo, un saludo, un
encuentro. No hay caso, no termino de despertar.
-¿No será que ya has despertado y no te das
cuenta?
-No te comprendo bien.
-¿No será que has despertado, pero de una
manera diferente, tan diferente que vos no lo advertís y confundís tu
despertar a una nueva visión del mundo con una especie de pesadilla o algo
así?
-Algo de eso hay. Estoy despertando y veo todo diferente, pero
estoy seguro que todavía no he retornado, no me he despertado del todo,
porque no he tenido respiro, todo está muy cerca. No me acostumbro a estar
de regreso, no me acostumbro. Veo esta esquina que vi tantas veces y la
veo por primera vez y me produce no sé qué extraña cosa. Veo ese café,
aquel puente, estos árboles y siento que todo es nuevo y muy viejo a la
vez. Quién iba a decir que yo iba a volver a caminar por aquí, que yo iba
a volver a pasar por enfrente de esta bicicletería.
-¿Y en el retorno a tu cama, a tu almohada, cómo te
ha ido?
-Más o menos. También ha sido lento mi retorno al ritmo de sueño de
antes. Los primeros días dormía poco, algo más de cuatro horas, ahora ya
voy por las seis horas. Esto se debe a que durante70 días de cordillera
nunca dormía más de 3 ó 4 horas diarias. Pasaba las noches en vela,
durmiendo a intervalos, a pedazos, temiendo dormir y temiendo despertar.
En realidad aquello no fue vivir sino sobrevivir. Todos los pensamientos,
todas las energías, las usábamos para buscar una salida, una rendija de
salvación, y en esa concentración de ejercicio fuimos aprendiendo cosas
nuevas, cosas desconocidas para nosotros.
-¿Por ejemplo, qué cosas aprendieron?
-Entre muchas aprendí, con el resto, una cosa imprescindible para
convivir en la sobrevivencia. Aprendí a apretar los dientes, a no a no
mostrar los sentimientos, a contraerme. Por fuerza de las circunstancias
aprendí a envolverme con una especie de caparazón exterior que impedía que
los demás advirtieran lo que me estaba pasando por adentro. De esa manera
no nos hacíamos daño, nos dábamos fuerza. Con ese caparazón yo iba a poder
aguantarme y no derramar una sola lágrima cuando se me murió un amigo, a
los dos meses, faltando apenas diez días para la salvación. A mí, ese
amigo, que era el compañero entrañable de la infancia, se me murió en los
brazos, pero no dejé ver mis lágrimas, porque las lágrimas de uno podían
derrumbar al grupo.
-¿Como fue el frio?
-El frío, qué frío es el frío...Es tan difícil explicar lo frío que
es el frío...cuando hacen 30 grados bajo cero nada te puede mitigar el
frío y entonces aprendés algo que no sabías, otra cosa que nunca ibas a
aprender, lo que es el calor humano, el calor del cuerpo y el calor del
afecto, sobre todo el calor que viene de ver a alguien con fe y ganas de
vivir enfrente a medio metro, a diez centímetros. Sí después del accidente
hubiéramos quedado vivos sólo cuatro o cinco, seguro que no nos salvábamos
porque se
depende casi absolutamente del estado de ánimo del otro. En un grupo de
más de quince siempre es posible encontrar seis o siete tipos de buen
ánimo que sostienen al resto; cuando éstos aflojan aparecen otros seis o
siete y así sucesivamente. El frío da frío al cuerpo, pero sobre todo al
alma. Nosotros nos apilábamos en las interminables noches en el interior
del avión, nos apretábamos, nos sentíamos respirar, nos dábamos ese mutuo
calor que era indispensable para los huesos, pero sobre todo para que el
espíritu no se nos viniera irremediablemente abajo. Nunca supe lo que es
el calor humano, ya lo aprendí y no se me va a olvidar.
-¿y qué pasa, Delgado, con el hombre cuando lo acosa
el hambre?
-El frío, la angustia, el hambre, son sucesivos escalones que nos van
desnudando. Nosotros antes de que se terminaran las provisiones, empezamos
a prepararnos para lo inevitable. filosoficamente si pero tísicamente no
todos toleraban la posibilidad de tomar el cuerpo delos fallecidos.
Previendo esa posibilidad se comentó el tema y cuando llegó el momento de
adoptar la tremenda decisión, esperamos una reacción atroz. ..pero no
llegamos a la desesperación, al límite, el frío te consume muchas
calorías, llegar al límite de la resistencia física era caer al vacío.
Estábamos obligados a decidir antes que las fuerzas nos abandonaran
completamente, porque después iba a ser demasiado tarde para recuperarnos.
El frío, la soledad, la incomunicación, la muerte rodeándonos, el hambre,
fueron un escalón detrás del otro; cada escalón parecía el último, el
final, pero en cada escalón aprendimos que siempre hay un resto de
fuerzas, de fuerzas inesperadas que nos salen a relucir de los rincones
más inesperados. Eso también aprendí, lo enormemente fuertes que somos a
medida que nos vamos debilitando.
-En aquellas noches en que dormías de tres a cuatro
horas, ¿lograbas equilibrar las angustias del día? ¿Soñabas? ¿Qué cosas
soñabas?
-Al principio cerraba los ojos y ya estaba soñando..., era terrible.
Soñaba que yo estaba viviendo mi vida normal, de siempre, en Montevídeo y
creía en el sueño que lo del avión era una pesadilla. En sueños me veía en
Montevideo, en la facultad, con mi novia, en mi casa, con mis padres. ..,
cada despertar era un golpe brutal, abría los ojos y me encontraba con la
letra fosforescente del cartelito del avión que dice "EXIT”. Me llevaba
unos chascos terribles! Los primeros días fueron todos iguales, dormir y
soñar eso, que yo estaba en Montevideo y que lo del avión era sólo
pesadilla. Después venía el bofetón de cada despertar y los ojos se me
clavaban en al cartelito EXIT. Sentí que me iba a volver loco a corto
plazo. Los estados depresivos después de cada despertar me hundían más y
más. Entonces decidí no dormir, pero sin dormir no podía aguantar mucho.
Entonces me las arreglé para poner mi mente en blanco antes de cada sueño.
Eso significaba un esfuerzo, un entrenamiento pero con el correr de los
días lo logré y pude terminar con la tortura de los sueños.
-Y durante las largas y lentas Jornadas, los
recuerdos, la presencia lejana de la familia, de tus seres queridos, ¿de
qué modo influían en vos?
-Con los recuerdos me pasó como con los sueños. Al principio recordaba con
nitidez a mis padres, a mi novia, pero cuando salía del recuerdo y volvía
a la realidad era un porrazo. Me di cuenta que en vez de ayudarme eso
estaba debilitándome, machucandome interiormente.
Entonces decidí dejar de masoquearme y
en los recuerdos suprimí a las personas.
-¿Cómo es eso?
-Recordaba, pero recordaba sitios, momentos, sacando de ellos a las
personas queridas. A
veces con el recuerdo me instalaba en mi casa, caminaba por ella, me
sentaba en un
rincón, me ponía a leer en mi cuarto. Otras veces ubicaba algún árbol,
algún verano,
alguna sombra y me demoraba en ella. Siempre tenía especial cuidado de
vaciar a los
momentos ya los lugares de las personas. De esa manera asas andanzas me
servían de
cierto estímulo y para esquivar los pozos depresivos que siempre estaban
cercándome. Yo
tenía muy claro que si la caída en esos pozos se hacia muy frecuente iba a
desembocar en
la locura.
-Delgado, ¿alguna vez tuviste el preanuncio, el sentimiento de lo que te
iba a ocurrir
en la cordillera?
-Sí, muy nitidamente supe de antemano que el avión se iba a caer. Fue en
Mendoza, en El
Plumerillo, justo en el momento de apoyar el pie en la escalerilla. La
sensación de que
algo nos iba a pasar la sentí con claridad, con gran claridad.
-¿y qué hiciste en ese momento?
-Solamente tuve un ademán de demora, pero ya era demasiado tarde para
echarse atrás,
subí no más, pero convencido que nos íbamos a caer, convencido pero
raramente sereno,
tan convencido que busqué de inmediato el último asiento, porque la
experiencia me decía
que en la cola del avión hay más posibilidad de salvación. La azafata
desalojó la última
hilera diciéndonos que esos asientos estaban reservados para ellas. Fui a
parar a un
asiento del medio. ..ya en el primer pozo de aire tuve la confirmación del
presentimiento, Cerré los ojos y me puse a rezar. Después pasó lo que
pasó; pero yo me
salvé justamente por no estar en la cola que se desprendió del resto.
-El presentimiento, la sensación de la muerte, ¿fue cosa de ese momento o
algo frecuente
en tu vida?
-Un presentimiento tan nítido nunca lo tuve, pero lo que siempre me
acompañó fue la idea
de que yo iba a morir joven y en un accidente. Este pronóstico se lo dije
a mi madre y a
mi novia.
-¿Has averiguado la razón de tal suposición?
-Siempre pensé esto porque tenía la sensación de que había vivido mucho,
porque aunque
no había tenido una existencia opulenta, la vida había sido demasiado
generosa conmigo.
-¿Entonces veías la muerte como una especie de compensación?
-Exactamente. Sin llevar una vida fácil tuve una vida muy feliz por eso
cuando era
chico, a los 17 ó 18 años, tenia ya esa idea y se la comunicaba a los
míos.
-¿Esa sensación de muerte, la llevabas con temor, con angustia?
-No, miedo a la muerte en sí nunca le tuve...yo creo que a la muerte nadie
le tiene
miedo, lo que se teme es la forma en que la muerte puede venir, la muerte
acompañada de
largo dolor de larga agonía, por ejemplo.
-Y en la cordillera, ante la posibilidad tan cercana de que la muerte
sucediera, ¿se
modificó o no esta actitud?
-Las muertes por el accidente, las muertes a causa de él, las muertes por
el alud me
rodearon. Aprendí a convivir con ella, con la sensación de que hay algo
superior. Esa
convivencia, digamos pacifica, con la muerte, fue posible porque siempre
me afirmé en la
certeza de que después de ella viene algo mejor. ..peor de lo que
estábamos pasando no
podría existir nada. La idea de morir estaba en mí, la tenía con
tranquilidad de
conciencia. Casi casi podría decirte que sentía a la muerte como una
compañera.
-Todo aquello ha pasado, Delgado, la cordillera quedó atrás. Ahora estás
aquí. ¿Qué pasa
ahora entre vos y esa idea de la muerte?
-Sí antes tenías el presentimiento de una desaparición por accidente y
pronta, ahora
tengo una tranquilidad total respecto de lo que me pueda pasar. No es que
no quiera
vivir, todo la contrario, pero si alguien me dijera que me quedan tres
días de vida, me
quedaría inmutable, seguiría caminando con vos por esta vereda.
-Sos otro hombre, te das cuenta, otro diferente a aquel que puso el pie en
la
escalerilla del avión rumbo a Chile, ¿no es cierto?
-Sí. Me he trasladado a otro mundo, a una madurez desconocida. Ahora sé,
ahora creo
saber que pasa por adentro de un anciano que ve a la muerte como algo que
en cualquier
momento puede golpear a su puerta. En mi modo de ver todo y de aceptar la
muerte ha sido
fundamental el hecho religioso. Aquella penuria prolongada durante 70 días
y 70 noches la
soporté por que vi en ella una especie de purgatario en vida. Muchas veces
me pregunté a
qué se debía todo ese sufrimiento terrible e innecesario. Siempre terminé
respondiéndome
que era un acto, un previo, un requisito para entrar en una mejor vida.
Muchas veces,
allá arriba, me dije: "A lo mejor el purgatorio es esto". Esta idea
justificaba hechos
absurdos, insoportables, como por ejemplo que un compañero, un amigo se
muriera a los
sesenta días, cuando sólo faltaban diez para la salvación.
-En medio de aquella pesadilla tan concreta, ¿alguna vez pudiste
sustraerte y disfrutar
del paisaje? Es una pregunta absurda, pero tal vez no lo sea tanto
considerando la
situación.
-Durante aquella “temporada”, o aquel "veraneo", no faltaron momentos en
los que,
efectivamente, suspendía mis "viajes”por lejanos lugares deshabitados y
disfrutaba del
silencio, del paisaje. Aquello era una sensación nueva. Aquel silencio no
era el
silencio de una pieza, ni el silencio de la orilla del mar, ni el silencio
de la
llanura. ..otro sonido tenía aquel silencio. ..
-¿El sonido de aquel nuevo silencio no resultaba agobiante?
-La sensación de agobio en verdad la tuve con la nieve, no sabés cómo
extrañaba el
verde. Era desesperación que tenía por ver algo verde, era como sed por
mirar algo
verde. La nieve era desconocida para mis ojos y de pronto lo invadió
todo..., todo era
blanco, blanco, blanco...
-Te hago otra pregunta absurda. ¿No extrañas, en algún momento aquella
sensación del
blanco, aquel sonido del silencio?
-Todavía no. En todo aquello había una parte de paz, de profunda paz, pero
todavía no he
descendido, no he tenido un momento de respiro, quizás más adelante,
cuando esté metido
hasta la cabeza en este mundo agitado, pueda llegar a extrañar ciertos
momentos de
reposo total, allá en el medio de la nieve.
-¿Como fue el trato con Dios allá arriba?
-Mi creencia en Dios fue decisiva como sostén. El Dios del que yo hablo no
tiene que ver
con ninguna religión en especial, o tiene que ver con todas. El Dios del
que yo hablo,
para definirlo, es algo, alguien que se encuentra muy cerca de lo que es
la propia
conciencia, que es lo que en definitiva nadie puede engañar.
-A propósito de conciencia, ¿qué pasó, si se puede saber, entre ella y vos
durante
aquellos 70 días y noches?
-Pasó mucho. Más que una revisión de hechos de mi vida o de situaciones.
Hice un examen
de conducta. Ese examen dio como resultado algo que dicho así parece una
banalidad, pero
lo digo lo mismo: nacieron en mí unas ganas tremendas de cambiar, de ser
más bueno.
..Parece medio infantil eso, pero no puedo expresar de otro modo la
potencia de esas
ganas de ser bueno.
-¿y esa necesidad todavía dura? ¿Hasta cuándo te va a durar?
-No puedo decirte lo que seré dentro de seis meses o un año si no lo que
deseo ser. No
puedo garantizar si esto que me habita ahora me habitará en un año o en
dos más. Pero he llegado a la conclusión que tengo, que debo vivir del
modo más recto posible. Han
cambiado las cosas: antes pensaba en mí mismo, ahora pienso más en los
demás. ..lo
material, el confort, los dólares, todo eso me parece secundario.
-¿También ha cambiado tu opinión sobre el mundo, sobre el siglo que
protagonizamos?
-Del mismo modo. Hay cosas, muy elementales y muy dichas, pero yo ahora
las siento
profundamente. Sé que éste es un siglo extraordinario en muchos aspectos
técnicos, pero
la locura por el confort, la despreocupación por lo ajeno, por lo que le
pasa al otro,
por lo espiritual arruinan el resto. Lo espiritual, eso tan marginado y
olvidado, es
precisamente lo que a nosotros nos permitió sobrevivir en una situación
límite. Fuimos
realistas pero también en los momentos más terribles pensemos en los que
estaban
adelante, recurríamos a fuerzas interiores que teníamos muy replegadas,
muy descuidadas.
-Tu carácter, tu forma de relación con tus semejantes, ¿también varió?
-Sí, bastante. Antes era muy dicharachero muy simpático, alegre, amigo del
chiste, pero
ahora tengo ese caparazón puesta y mi cariño, mi afecto ya no se notan.
Quiero volver a
ser como antes en eso, quiero que se me note lo que siento. Cuando deseo
hacer una
caricia o cuando me esta por saltar una lágrima ahora se me quedan a mitad
de camino. En
eso quiero volver a ser el de antes.
-¿Y en qué no?
-Antes, dentro de mi forma alegre, tenía rachas de muy mal carácter. Eso
lo quiero
modificar .Antes también dormía mucho, ahora voy a tratar de dormir lo
indispensable, he
comprendido lo que vale cada minuto de vida y no quiero desperdiciarlos. -¿Como fue tu niñez? Remontate a tus primeros recuerdos.
-¿Mi niñez? ¿El punto más lejano que recuerdo de mi niñez? No, no lo puedo
precisar.
-Hacé un esfuerzo, tratá de rescatar algo, un hecho, una cara, algo que
viste, que te
pasó cuando chico.
-A ver. ..a ver. ..mi niñez, no hay caso, no recuerdo nada de ella.
-¿No recordás siquiera alguna travesura especial?
-No hay caso, me cuesta una enormidad. No sabés el esfuerzo que estoy
haciendo. ..La
niñez, con estos setenta de por medio, es algo tan lejano para mí que por
más que me esfuerzo no puedo rescatar nada nítido de ella.
-¿Tus días en el colegio, no los recordás?
-Sí, pero sin contornos...del colegio lo que me viene ahora a la memoria
es mi mejor
amigo, Numa. ..Numa Turcatti, Turcatti con dos "t". El también viajó en el
avión, yo lo
convencí para que viniera, la convencí a su madre para que lo empujara a
él, que era
medio flojo para salir...Numa se murió a los sesenta días, faltando tan
poquito, en mis
brazos, una mañana. Era como un hermano, más todavía...y pensar que no
lloré, que no
pude llorar ni en ese momento, porque ya tenía el caparazón puesta...
-¿Cuántos años tenés?
-Veinticinco, cumplí veinticinco años en la cordillera.
-(Hace un rato dijo: "Cuando yo era chico", refiriéndose a sus 17 años.
Habla como un
hombre que se aproxima a los 40, a los 50 años).
-¿y ahora hasta cuándo pensás vivir?
-Hasta que Dios quiera. Date cuenta de qué valen los presentimientos...yo
aseguraba que
iba morir joven y en un accidente y no le acerté..., aunque muriera mañana
ya no sería
joven. Tengo 25 años y esos setenta días y esas setenta noches. |